jueves, 14 de febrero de 2013

“Cristo… no hizo pecado” (1 Pedro 2:22)



He aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.
Mateo 17:5


El Señor se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla.
Isaías 42:21

La vida de Jesús puede leerse en los evangelios, escritos por testigos de aquella época, que fueron guiados por el Espíritu Santo.  Nos avergüenza mucho saber que en los últimos tiempos algunos han utilizado su imaginación, sus capacidades literarias y artísticas para contradecir esos testimonios y así crear dudas sobre la vida santa del Hijo de Dios.  Temblamos con sólo pensar en el juicio que merece semejante blasfemia.  Dejémonos iluminar por la belleza moral de Aquel que pudo decir: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
Sigamos a Jesús en su camino, acompañado por los que escribieron los evangelios.  Aquel que venía del cielo vivió en un mundo corrompido, sin que una sola tentación lo hiciera caer.  “Anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38).  Fue contradicho e injuriado, pero “cuando le maldecían, no respondía con maldición” (1 Pedro 2:23).  Durante la vida de Jesús, en dos ocasiones, los cielos se abrieron para que Dios declarase: “Éste es mi Hijo amado”.
Como no tenía pecado, pudo llevar sobre sí en la cruz los pecados de todos los que creen en él, y de este modo expiarlos; sufrió en lugar de ellos el juicio que la justicia de Dios exigía.  Murió crucificado, pero luego resucitó y subió al cielo.
Si alguna vez una mala palabra salida de nuestra boca ensucia la memoria de Jesucristo delante de otras personas, sepamos confesarlo sin demora a él, pidiendo a la vez la sabiduría y la humildad necesaria para confesar igualmente a estas personas nuestra falta en palabras.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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