domingo, 17 de febrero de 2013

La resurrección (3): La sepultura de Jesucristo



Tomando José el cuerpo (de Jesús), lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña.
Mateo 27:59-60


Entonces ellos (los jefes religiosos) fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.
Mateo 27:66

(Mateo 27; Marcos 15; Lucas 23; Juan 19)
Jesús murió el viernes después de las tres de la tarde (novena hora judía).  Los judíos exigían que los cuerpos de los crucificados fuesen sepultados antes de que comenzase el día de reposo, es decir, antes de las seis de la tarde.
Quienes rindieron los últimos honores al cuerpo de su Maestro fueron José de Arimatea, un hombre rico, y Nicodemo.  Ambos eran discípulos de Jesús en secreto.  José se encargó de pedir el cuerpo de Jesús a Pilato, el gobernador romano.  A Pilato le extrañó que Jesús ya hubiese muerto, pero permitió que se llevase el cuerpo.
José, con la ayuda de Nicodemo, lo depositó en una tumba nueva labrada en la piedra, de la cual era propietario.  Estaba situada cerca del lugar de la crucifixión.  Envolvieron el cuerpo “en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos” (Juan 19:40).  A continuación rodaron una gran piedra contra la puerta de la tumba y se fueron.  Las mujeres que habían asistido a la crucifixión, después de ver cómo depositaban el cuerpo en la tumba, dejaron el lugar.
Los jefes religiosos, temiendo que los discípulos de Jesús robasen su cuerpo, pidieron permiso a Pilato para sellar la puerta de entrada de la tumba.  También pusieron guardias, de modo que la tumba de Jesús estuvo bajo máxima vigilancia.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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