sábado, 23 de febrero de 2013

JESUCRISTO Y LOS DEMAS



Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.
1 Pedro 2:21


Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas.
Santiago 2:1
En la casa de Cornelio, el apóstol Pedro pronunció un discurso acerca de Jesús.  “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia… Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:34-35, 37-38).
Pensemos en la actitud de Jesús hacia los hombres y las mujeres de su época.  No despreció ni rechazó a nadie.  Todo lo contrario, fue a contracorriente de las costumbres, dando importancia a los que la sociedad menospreciaba y acogiendo a los que rechazaba.
Recibía con los brazos abiertos a los niños (Marcos 10:16).  Permitió que los leprosos se acercasen a él (Mateo 8:2-4); a una mujer culpable le permitió ungirle con perfume y besarle sus pies (Lucas 7:36-50).  Mostró gran solicitud hacia los pobres y hambrientos, quienes estaban más abiertos al mensaje del Evangelio que muchos otros.
En su ministerio tan variado, Jesús siempre manifestó una gran compasión por los seres humanos, pues los amaba.  Fue el Buen Pastor que vino a las zonas inhóspitas, desafiando peligros, para buscar y salvar la oveja perdida (Lucas 15:3-7).  Fue aún más lejos, pues dio su vida en la cruz por cada uno de los que creen en él (Juan 10:11).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

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